Siempre he intentado seguir un camino lo más recto posible. Intentando ayudar a cada persona que me encontraba, a veces con actos sencillos como bajar de un estante un reloj de pared a una señora que no alcanzaba, o a veces intentando solucionar una crisis entre amigas, o incluso problemas más serios.
A medida que caminas, te das cuenta de que es imposible seguir un camino recto: siempre habrá curvas, subidas, bajadas e incluso bancos en los que pararte a descansar.
A veces, a pesar de seguir el mismo camino, te sientes totalmente perdido, sin saber de dónde has venido o hacia dónde vas.
Ese es uno de los momentos ideales para sentarse en uno de esos bancos, para admirar las vistas del acantilado que de pronto aparece.
A veces, el camino se divide, y tienes que elegir qué camino seguir. Debes saber, que sigas el que sigas, siempre te plantearás si era el correcto.
No vas a encontrar una señal que te de pista alguna sobre cuál de los dos es mejor, pero he aprendido, después de muchas caídas, que lo único que puedes hacer, es seguir andando.
No importa lo que tardes, ni cuántas veces caigas, sigue caminando.
No importa si te encuentras perdido o si crees que has ido por el camino equivocado, ya no puedes volver atrás, y esa es parte de la belleza de la vida, supongo.
Solo sigue caminando.
Es imposible saber hacia dónde nos va a llevar ese camino, así que lo único que puedes hacer para averiguarlo, es andarlo.
A veces las vistas serán preciosas, otras no tanto.
A veces lo recorrerás sola y otras acompañada, pero lo más importante, es que nadie decida tu camino.
Anda en la dirección que creas, con miedo o sin él, pero bajo tu decisión.
Camina caminante.
MRM.
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